Por
Honorio FEITO
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honoriofeitogmailcom/12/12/18
martes 31 de marzo de 2015, 21:02h
Esta edición 2015 de Las Edades del Hombre está dedicada a Santa Teresa, de la que este año conmemoramos el quinto centenario de su nacimiento. Santa Teresa ha alcanzado tanta fama que apenas si necesitamos su apellido. La conocemos por Teresa de Ávila, lugar donde nació, o por Santa Teresa de Jesús, o, apelando a su nombre auténtico, Teresa de Cepeda y Ahumada.
Mujer de carácter, Teresa de Ávila debatió con los doctores de la Iglesia, estuvo en el punto de mira del Santo Tribunal y no se dejó encorsetar por los modos y las formas de la sociedad de su tiempo. Su aportación literaria y su manera de entender la vida espiritual la sitúan, junto con san Juan de la Cruz, en el primer lugar de la mística española; fue patrona de escritores y Doctora de la Iglesia; fundó 17 conventos y a todos ellos legó su personalidad para la vida contemplativa.
La exposición de arte sacro que, desde 1988, viene mostrando el rico patrimonio histórico-religioso y artístico de nuestras iglesias y conventos, le dedica esta edición a la Santa de Ávila, una mujer entregada a Dios: “Ya no quiero otro amor, pues a mi Dios me he entregado, y mi Amado es para mí, y yo soy para mi Amado”.
La muestra, con obras que proceden de diversas ciudades españolas, desde Andalucía hasta Vascongadas, desde Galicia hasta Madrid, está dividida en cinco apartados: Os conduje a la Iglesia del Carmelo; En la España de la Contrarreforma; Las pobres descalzas de Santa Teresa; Maestra de Oración e Hija de la Iglesia. Las cuatro primeras tienen como escenario tres enclaves en la ciudad de Avila, mientas que la quinta, se celebra en la basílica construida para albergar sus restos, en Alba de Tormes.
A través de la Parroquia madrileña vecina, San Germán de Constantinopla, joven y activa, voy de excursión a Ávila, siguiendo la huella de la Santa, que se exhibe bajo el lema Teresa de Jesús, maestra de oración. Uno de los folletos editados, a modo de guía de mano, dice que en el Convento de Nuestra Señora de Gracia, la primera sede, es donde comenzó Teresa de Ávila su andadura religiosa.
Pero, a modo de aperitivo, muestra visita comenzó con el santuario diocesano de Nuestra Señora de Sonsoles que se erige firme, en las afueras de la capital castellana, en pleno valle de Amblés. Iglesia de peregrinación, que recoge cada año a los abulenses en su cita del mes de julio. Existen diferentes historias acerca del nombre, siendo la más popular aquella en la que la Virgen se apareció a unos pastorcillos, y ante el resplandor de su figura, los niños dijeron: “¡son soles!”. Los datos históricos más lejanos de su existencia se remontan hasta 1480, cuando la viuda de Nuñez Arnalte, tesorero de los Reyes Católicos, debió hacerse cargo de los gastos de alguna reconstrucción. La iglesia, de tres naves, guarda, por ejemplo, un cocodrilo disecado que un lugareño encontró en América y algunos exvotos. Una placa recuerda la primera vez que Sanjosemaría Escrivá de Balaguer peregrinó a este santuario mariano el 2 de mayo de 1935.
La otra visita, fuera del itinerario marcado para la edición de las Edades del Hombre, fue a la basílica de San Vicente, o de los Santos Hermanos mártires, Vicente, Sabina y Cristeta. En tiempos de Diocleciano, allá por el año 306 de nuestra era, los tres hermanos fueron obligados a firmar un documento en el que reconocían haber hecho sacrificios para los dioses, y ante su negativa, los tres fueron martirizados y muertos. Sus restos descansan en el altar mayor, pero en el crucero de la basílica, existe un cenotafio de piedra policromada, una auténtica joya de la escultura del románico en España, con escenas del martirio de los tres santos. La visita a Ávila bien merece, de paso, también una a San Vicente por su espectacularidad arquitectónica, y por ser el templo más grande de la ciudad después de la catedral.
La capilla de Mosén Rubí acoge la segunda parte de la muestra. Los expertos en arte dicen que arquitectónicamente, se encuentra entre el final del gótico y el principio del renacimiento. También aquí el visitante encontrará un cenotafio, dedicado a los fundadores, Andrés Vázquez Dávila y su esposa María Herrera. La capilla recibe el nombre del sobrino de éstos, Mosén Rubí de Bracamonte. El cenotafio central, con las imágenes yacentes de los fundadores, es obra de Andrés López.
La tercera de las sedes es la iglesia de San Juan que recibe al visitante con la pila bautismal en la que dicen fue bautizada la propia Teresa de Ávila, y que tiene su interior reconstruido. Aquí se recogen diferentes obras destacando un Zurbarán y un Niño Jesús de Salcillo.
El arte de Martínez Montañés, Gregorio Fernández, Juan de Juni, Salcillo, Mena o Goya, entre otros, es lo que se puede contemplar en la exposición.
Me ha llamado la atención, en la sala dedicada a los Crucificados, el Cristo de los Piojos que la Santa paseó para eliminar una plaga de estos insectos que martirizaba a las monjas, y una figura de Juan de Juni, de gran dramatismo, en el rostro; pero no sería justo ocultar el Cristo crucificado de Martínez Montañés, en el que la sangre oscura y la palidez del Crucificado nos indica que Cristo ya había expirado. Y tampoco sería justo obviar la figura de Gregorio Fernández, un Ecce Homo atado a la columna baja, con ojos de cristal y los dientes de marfil, de gran realismo.
En San Juan, también se pueden ver el hábito y la capa de Santa Teresa y una alpargata, que hace pensar que las pobres descalzas gastaban alpargatas de esparto.
En Alba de Tormes, Salamanca, se exhibe la quinta etapa de la muestra, bajo el título “Hija de la Iglesia”, y tiene como escenario la basílica de Santa Teresa y una extensión en la iglesia de San Juan, con la exposición de Venancio Blanco, pero este será otro artículo.