Por
Honorio FEITO
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honoriofeitogmailcom/12/12/18
miércoles 12 de noviembre de 2014, 19:56h
Como el telón de un escenario que cambia de cuadro con las estaciones, la tromba de agua y la tormenta, con fuerte aparato eléctrico, y el rayito de sol que burló los negros nubarrones, dejó a Oviedo tocada con el brillo que aportan ambos elementos.
Después del largo veranillo, y tras la irrupción del otoño invernal, la ciudad vetusta adquiere un bruñido aspecto como el que el maestro da al bizcocho cuando lo baña en el obrador, dejándolo envolver por el almíbar.
Pocas horas de luz, después de la llegada, que aprovecho par hacer unas fotos en la zona histórica, que en otras ciudades llaman “casco viejo” o “casco antiguo”, desafiando a las nubes, que me ganan la batalla y cedo, dejándolas escurrir su llanto intenso sobre la ciudad, mientras espero resguardado en el barrio del Fontán. Tras la merienda, encuentros que presiden el periodismo y política, con José María García de Tuñón y otros que no llegan a producirse debido a la apretada agenda. Noelia Martínez Varela, es periodista inquieta, y ha puesto en marcha un nuevo proyecto, Principia, que llega para demostrar que, si la suerte es para el que no sabe, la crisis es la excusa de los que no quieren. Está dispuesta a echar los tópicos abajo, y defender la singladura de este atrevido proyecto con uñas y dientes. Saber, poder y querer, decía Kubala cuando era seleccionador, y tenía toda la razón.
El martes, trabajo intenso con Álvarez San Miguel en el Arzobispado de Oviedo. Búsqueda de datos, gracias a la colaboración de don Agustín Hevia, colaborador y amigo de eliminar obstáculos. Día frío e intenso, con apenas una parada para el almuerzo cerca de la catedral, que no es mal marco, burlando la lluvia
El miércoles dejé Oviedo para irme a Gijón. A mi llegada, espera a que descargue otra nube ansiosa, y tras el lavado intenso, aparece la villa de Jovellanos iluminada por la tormenta, que ofrece un desafío para el fotógrafo, porque otro rayo de sol se ha colado por el amasijo de nubarrones negros y pardos y da de lleno sobre las fachadas de las casas que asoman a San Lorenzo. La iglesia de San Pedro levanta su torre a las puertas de Cimadevilla, mientras el mar bate la playa con sensación de cabrero incesante, y a los pies de la escalerona, la espuma blanca se acuna por el vaivén de las olas, que yo contemplo desde el Club de Regatas.
El Dindurra, recién renovado, te recibe alegre y deja el aroma a café viejo una estela de renovaba ambición de encuentros. El Club de Regatas te regala inmejorables vistas de privilegio, cerca de donde un argayo desprendió un tramo de fachada.
Cecilia Alvargonzález me habla de la Fundación de su apellido, con una sala dedicada a exposición temporal de pintura, que inaugura unas 15 muestras al año. Interesante trabajo editorial entre cuyos autores me precio de pertenecer, con mi Evaristo Fernández San Miguel, una biografía que llegó a la Biblioteca del mismísimo Senado de los Estados Unidos, o a las universidades de Italia, entre otros lugares que recuerdo, y que José Álvarez San Miguel, temporalmente, se encarga de recordarme. Un libro que fue, también, de texto en la Universidad de Oviedo. En la sede de la Fundación, me encuentro con un trabajador infatigable -¡gran trabajo el suyo!- el director de esta institución: Ramón María Alvargonzález, catedrático de Geografía y Ordenación del Territorio, de la Universidad de Oviedo. Ramón me obsequia con el libro Alvargonzález: una saga militar en la Armada Española (1795-2014), que hubiera colmado las ilusiones de don Juan Alvargonzález, el primer y entusiasta fundador de la Fundación editora de este y otros excelentes trabajos.
El en Museo del Pueblo de Asturias, cuya visita es obligada para todos los que se acerquen a Gijón, y casi para todos los que visiten Asturias, gran exposición fotográfica del Siglo XIX, con personajes locales de proyección nacional, presentes. El mismo Evaristo Fernández San Miguel, el marqués de Gastañaga, Pidal o Posada Herrera. Pero también fotografías de escenas comunes, de trabajos rurales o industriales, que fueron habituales en el día a día; tipos y personajes notables de otras épocas y algunas tomadas en Filipinas.
Completa la jornada un café con Isidoro antes de emprender la marcha a Merás.
Las lluvias y violentas tormentas de estos días han dejado los caminos sembrados de los erizos del castaño, con sus frutos esparcidos por el suelo, cuando el helecho torna su color a amarillo de otoño, tras un breve paréntesis del rojo violáceo, y el brezo ha dejado sus flores, gotitas de monte azul de verano, en marrón claro de madera en esta época, por tiempos de Difuntos, mientras el tojo luce la suya de amarillo intenso, sin dejarse llevar por la época. El nogal descansa ahora de su parto, y algunos frutales, engañados por la bonanza de esta primavera que ha presidido el final del verano y el principio del otoño, han dejado brotar una flor inoportuna. Puro espejismo, porque lo más duro está por llegar. El telón, de este escenario muestra árboles a punto de mudar la hoja, y los tonos ocres y amarillos a punto de entrar en su mejor momento, antes de pelar por completo y dejarlos desnudos de hojas.
Agradezco a la tormenta habernos dejado sin señal de TV. El clima de aislamiento en Asturias es manifiestamente perceptible en las comunicaciones y en las telecomunicaciones.
De este forzado aislamiento me saca Armando Robles, a través del teléfono, para entrar en “La Ratonera” (¡qué acertado título!), con el afán de comentar los muchos y varios acontecimientos de la vida diaria en esta España que, a su manera, también vive un aislamiento forzado e inevitable, al haberse desenganchado del progreso, al haberse aislado de la cordura.