Honorio FEITO | Jueves 04 de diciembre de 2014
El Diccionario de la Real Academia define accidente, en su segundo significado, como suceso eventual que altera el orden regular de las cosas. Aún el tercero es más completo cuando dice además acción de que involuntariamente resulta daño para las personas o las cosas… ¿podemos considerar un accidente la muerte de una agente de Policía Nacional en Vigo, el pasado viernes durante el atraco a una oficina bancaria?
El riesgo forma parte del trabajo de la policía. Estoy convencido, no obstante, que la mayor parte de la plantilla de las Fuerzas de Orden Público, conocedores del peligro que tiene su trabajo cotidiano, acuden al día a día sin la sospecha de que el destino les va a elegir a ellos como protagonistas. Y estoy convencido porque, incluso el riesgo, el peligro, dispone también de ciertas rutinas que ayudan a esquivarlo, algunas de ellas basadas en la experiencia. Un policía sabe, o cree saber, si un delincuente puede agredirle, si es capaz de hacerlo, y si fuera capaz de hacerlo sabría en qué condiciones, bajo qué situaciones o circunstancias. Igual que sabría que algunos delincuentes no son agresivos bajo ninguna circunstancia.
Mientras escribo estas líneas, la prensa digital aprovecha su ventaja para incluir noticias acerca de si la policía conocía o no la “quedada” entre las bandas de seguidores del Atlético y del Deportivo del pasado domingo. Según se desprende de las informaciones que están saliendo a la luz, se informó y debemos suponer que alguien no consideró oportuno montar un dispositivo policial para evitar la pelea. Experiencias pasadas no se han tenido en cuenta para valorar estas situaciones, porque ha habido casos de enfrentamientos entre bandas de equipos de fútbol, con resultado de muerte, como el de Aitor Zabaleta, seguidor de la Real Sociedad, muerto también hace años cerca del Vicente Calderón (1998).
Un accidente inevitable, es que un tipo te descerraje un tiro por las buenas, porque está perturbado y en su acción no hay aparente motivo político, social, racial o económico con la víctima, o que otro perturbado te empuje, sin más, a las vías del metro, o que uno se desmaye y caiga bajo as ruedas de un autobús, sin implicación de terceros. Para los que desafían cada día el peligro, el accidente debería tener otro significado capaz de hacer evitable un buen número de los que suceden. En el éxito de lograrlo deben estar implicados no sólo los profesionales, sino también los responsables máximos de las instituciones del Estado.
Sostengo que las sociedades occidentales vivimos en una especie de “stand by” donde la relajación nos sumerge en la flacidez, donde nos dejamos mecer por la comodidad, por la relajación de una vida rutinaria; donde ya no se observa el mínimo protocolo –como les gusta decir ahora- de seguridad, y nos aislamos en un autismo fatuo en el que cada uno parece pensar en sus cosas, ensimismarse en los juegos de su smartphone, y mantenerse ausente de la realidad que nos rodea. Algo así les ocurrió a los agentes encargados de la seguridad en la Casa Blanca, lo que justifica que en un mismo fin de semana, dos personas hayan podido burlar la precaria vigilancia y alcanzar el interior, lo que ha obligado a dimitir a la directora del Servicio Secreto, Julia Pierson, o algo parecido provocó el desastre de las Torres Gemelas, en Nueva York.
Pero por una cuestión que se escapa a mi entendimiento, muchos españoles, y probablemente también europeos y occidentales, estamos más pendientes de las formas que del fondo de la cuestión, y pasamos factura por las cosas nimias mientras dejamos las importantes en el limbo.