Honorio FEITO | Miércoles 04 de febrero de 2015
Probablemente, Podemos no alcanzó el éxito que esperaba en la manifestación del sábado pasado en Madrid (cuyos cálculos permiten cifrar en unos cien mil asistentes, cuando ellos esperaban un millón), pero lejos de valorar el éxito o el fracaso del acto- tarea a la que se vienen dedicando en algunos medios- yo me atrevería a calificar la manifestación como una declaración de intenciones.
Se puede decir, incluso, que pertenece más a la categoría de los movimientos sociales que políticos, si consideramos que aquellos y éstos muestran líneas divergentes, aunque aquellos son consecuencia de éstos.
Las movilizaciones sociales suelen ser el resultado de la actuación de los partidos políticos. Debemos entender, por consiguiente, que Podemos representa una causa social, aunque la configuración actual sea la de partido político, porque el éxito de la formación que lidera Pablo Iglesias está (dejando al margen las ayudas mediáticas), en haber sabido conectar su denuncia con los españoles a los que más ha afectado la situación creada por la crisis: el elevado número de parados; la sin sustancia de los estudios universitarios, convertidos en un negocio para muchos, a sabiendas que tras el grado y el máster, sólo quedan las filas del INEM; y para todos aquellos españoles que ven como una afrenta el privilegio de los políticos y los casos de corrupción por todas partes. Incluso, las atrevidas pretensiones de otros (la noticia de la ampliación a más de cincuenta representaciones diplomáticas catalanas que pretende Mas), apenas ya ha creado la lógica reacción entre los españoles.
Para muchos, en fin, Podemos representa, más allá de una alternativa política enclavada en el marxismo duro, que es la confesión de sus mandarines, la posibilidad de un cambio radical; un poner a cada una en su sitio; un acabar con esa clase política acomodada en la poltrona, aburguesada por los privilegios, enriquecida por las prebendas y amparada por la democracia. La democracia es un sistema político del que ya hablaban los griegos clásicos, y no un invento de esa legión de termitas que horadan las vigas del Estado.
La manifestación de Podemos el sábado pasado en Madrid fue un órdago al sistema, un pulso a lo que representan los partidos tradicionales; una manera de saber la capacidad del partido para movilizar a la gente; un sondeo para comprobar cómo responderían los españoles ante una llamada para acabar con el bipartidismo.
La cita de Podemos concentró a personas llegadas desde distintos puntos de España. Los aledaños de la Glorieta de Carlos V fueron tomados, desde primeras horas de la mañana, por miles de asistentes, y la calle Alfonso XII, invadida por cientos de autocares. Viaje, bocadillo y lata de cerveza incluidos, era la impresión que desprendía el ambiente. Y banderas rojas, gualdas y moradas, y banderas rojas con la hoz y el martillo, portadas por muchos que no han visto estas herramientas ni en los dibujos animados, y otros que ya las han olvidado.
En el intento de justificar la asistencia, desde el punto de vista de considerarla un éxito o un fracaso, los analistas también se han ocupado del contenido del discurso del líder. Pablo Iglesias, denunciado por Manos Limpias y acusado de diez delitos, mezcló las churras con las merinas, en un discurso lleno de atrocidades históricas propio de un ignorante, para controlar el rebaño. Pero el objetivo del sábado pasado no era el contenido del discurso, sino el poder de llamada.
Sinceramente, ¿alguien cree que los asistentes buscaban en la oratoria del líder el motivo para la asistencia al acto? Éxito o fracaso – galgos o podencos- estoy convencido de que los partidos políticos de la “casta” no podrían convocar a otros tantos asistentes en las circunstancias actuales.