Honorio FEITO | Martes 15 de diciembre de 2015
Hay un detalle a la pregunta de los periodistas, a la salida de Pedro Sánchez de los estudios de la Academia, dirigiéndose a su vehículo, sobre el debate y su agresividad, que él contesta vagamente justificándose de que es lo que los españoles desean. No es literal, por eso no entrecomillo. Habría sido bueno para él poder demostrar que muchos miles de españoles le depositaron esas inquietudes, especialmente, para justificar la chabacanería y la agresividad que esgrimió durante el cara a cara con Mariano Rajoy.
A mi no me ha decepcionado el debate. No esperaba nada de él, ni siquiera esa acritud, rayando la violencia, con que el candidato socialista pretendió equilibrar la balanza de los votos, desfavorables a él y a su partido según las encuestas. En el anterior debate a cuatro, ganó Rajoy, pese a las críticas, dejando que Soraya se batiera con los otros tres aspirantes. En el de ayer no ganó nadie, ni los contendientes, que no estuvieron a la altura, ni los ausentes que, en una artimaña, trataron de aprovechar el fiasco en su favor. Hicieron como los toreros cobardes, que meten la tripa cuando pasan los cuernos, y la sacan después embadurnando la taleguilla de sangre de las agujas del morlaco. No cuela entre los aficionados.
No ha ganado nadie, pero ha perdido España. Este es el nivel. Este es nuestro comportamiento en los foros nacionales e internacionales. Estas son las preocupaciones de quienes aspiran a gobernarnos los próximos cuatro años. En otras palabras, les importamos un carajo los españoles, los pensionistas, las fuerzas de seguridad, el Ejército, los profesionales de la enseñanza, los niños, los jóvenes, las madres solteras, y las casadas, los trabajadores por cuenta propia, y los afortunados que trabajan por cuenta ajena… o sea, que no les importa España ni en el contenido ni en el continente.
Cuando en 1905, en Paris, la legación española que presidía Montero Ríos tuvo que soportar la soberbia de los norteamericanos, vencedores de los conflictos de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, quedó patente la incapacidad española para negociar en los escenarios internacionales. El imperio se había venido abajo, y a los españoles les embargó la depresión que caracterizó a nuestra generación del 98.
Tras la celebración del show de las televisiones –las televisiones viven ahora su gran momento- utilizando en esta ocasión a dos candidatos a ocupar, nada menos, que la Presidencia del Gobierno de España, mostrándose como dos desesperados en paro laboral que tuvieran la oportunidad de sacarse unos euros en un programa concurso, se ha puesto de manifiesto la talla del personal que nos gobierna o que nos pretende gobernar. El candidato del Partido Popular, Presidente en funciones, timorato y débil, falto de energía, según hemos estado padeciendo a lo largo de esta legislatura que ahora termina, especialmente en lo referente a Cataluña, desaprovechó muchas oportunidades para levantarse y acabar con el espectáculo, aunque no fuera políticamente correcto. Arrinconado contra las cuerdas e incapaz de mostrar un mínimo de amor propio. Es su manera de ser, según ha venido demostrando en su vida política. Representando el papel de un tecnócrata que, avalado por los datos, pretende sacarle punta al lápiz de su éxito. Frente a él un deslenguado, mal educado y agresivo candidato del PSOE con una atropellada exposición de argumentos por demostrar, interrumpiendo permanentemente a su adversario, llevando el debate al terreno personal, violando una norma no escrita, pero estrictamente observada, según la cual el ejercicio de la política no interfiere en las relaciones personales. Sánchez protagonizó el intento desesperado de un naufrago sobre cuyas espaldas pesan, además, las historias de corrupción de los ERES de Andalucía y la pésima gestión del anterior equipo de gobierno de su partido, presidido por Rodríguez Zapatero. Hay que tener muchos bemoles, o ser un auténtico insolente, con esta herencia, para asomarse a los hogares españoles y tener una actuación de cinismo y acometividad como la que él realizó. O ser un desesperado que, en su intento por salvar la situación, se resigna a morir matando. ¿Se lo imaginan ustedes en una reunión del Eurogrupo?, ¿o debatiendo en reuniones diplomáticas internacionales?¿En el salón oval de la Casa Blanca? No me parece que en su partido disfrutaran ayer con su candidato, sinceramente.
Me falta la figura del moderador. Al margen de las presentaciones, Campo Vidal destacó por ser estatua de sal cuando debería haber tenido el control. Comenzó rebajando a Rajoy de Presidente en funciones del Gobierno a simple candidato del Partido Popular, lo que le daba a él autoridad suficiente para controlar el debate. Debió cortar de raíz las alusiones personales y exigir a los dos contendientes que expusieran –si las tenían, porque Sánchez parece que no las tenía ni las tiene- las bases de su programa de gobierno si llegan a La Moncloa. Campo Vidal consintió las continuas interrupciones de Sánchez a su oponente, el mal gusto del debate, los insultos y el ambiente chabacano mostrando falta de autoridad. Cero también para el presentador.