Honorio FEITO | Miércoles 30 de diciembre de 2015
El resultado de la ronda de consultas, surgidas tras el fiasco del pasado 20 de diciembre, aclarará supuestamente el panorama político español en lo que a gobernabilidad se refiere, pero, a día de hoy, nadie descarta que en tres meses los españoles vuelvan a ser convocados ante las urnas para buscar una candidatura coherente con los intereses de la mayoría.
Aparentemente, la fragmentación del voto emitido en la pasada consulta podría parecer que los más de veintidós millones de votantes españoles no tienen un criterio definido, acerca de qué modelo de gobierno prefieren para los próximos cuatro años. Pero el problema va más lejos: la división forma parte del ADN de las propias formaciones políticas, y al ejemplo nos atenemos: en el Partido Popular, descontentos ciertos sectores de las bases con la política de Mariano Rajoy, insatisfechos algunos líderes con la marcha del partido durante los últimos cuatro años; escandalizados con los casos de corrupción – que no son exclusivos del Partido Popular, por cierto- donde han asomado las ambiciones personales de algunos(as), tratando de postularse como recambio del actual Secretario General y Presidente en funciones del Gobierno de España, dejan ver un paisaje poco recomendable sobre el que construir de nuevo un sueño para sus electores, para los convencidos y para los que gustan convencerse a poco que les muestres el camino. Es probable que hoy estén midiendo el daño que han hecho estas ambiciones personales al partido, a su candidato que, lejos de reflexionar, parece enrocarse en un rol de triunfador, ajeno de la realidad que le rodea. Nadie sabe qué espera sacar en límpio Mariano Rajoy de una negociación que se ve, a priori, imposible, y acerca de la cual, algunos ven alguna remota posibilidad de acuerdo entre PSOE, Ciudadanos y PP, en lo que sería un pacto constitucional que afiance el dañado sistema y aleje los fantasmas del independentismo.
En el PSOE la cosa pinta parecido. Pedro Sánchez, que se creyó invicto tras cosechar su formación política los peores resultados de la democracia, lejos de reflexionar y poner su cargo a disposición del Comité Federal, se vino arriba para tratar de imponer unas líneas personales, desoyendo a los barones y haciendo caso omiso de la normativa de su formación. En la partida de naipes, que tal parece esta ronda de negociaciones, pintan bastos. Sánchez, al que no le asiste el triunfo precisamente, ha tirado varios faroles y ha dejado de mano algunos ases con los que obtener puntos.
El fantasma de Podemos es, precisamente, su compromiso con los partidos de ruptura, especialmente en Cataluña. Que nadie se equivoque, que Vascongadas irá a continuación. Iglesias ha tratado sus cartas como si saliera de mano y se llevara el juego. No ha tenido encuenta que esta alianza le pasará factura, más seguro antes que después, por lo que su triunfo es discutible y dudoso. No me sorprende en absoluto porque yo tengo escrito, hace ya un tiempo, que Podemos se comería a Izquierda Unida y el ala izquierdista del PSOE. Tal vez ha sido más que el ala izquierda del PSOE, pero no voy a rectificar de momento. Ahora bien, nadie duda que Sánchez, con tal de ocupar el Palacio de la Moncloa, es capaz de entregarse a un pacto con Podemos; pero parece que tampoco dudan los barones del PSOE en evitar compromisos que, a la corta, podrían hacer crugir las vigas del partido de la calle Ferraz. La patata caliente, entonces, se la pasan a Iglesias, que deberá decidir si omite el polémico referemdum de Cataluña, para poder llegar a pactar con los socialistas, traicionando a sus socios catalanes, o bien se mantiene en sus posiciones dejando sin resover el tema.
Ciudadanos no tiene cartas para protagonizar el juego. Su papel se limitará a asistir al triunfo, salga este de donde salga. Es como ese jugador timorato que esconde la sota pensando que, en este juego de naipes, esta carta puede ser decisiva para la partida. El problema es que la sota rara vez decide, y para lo único que sirve es para aportar dos puntitos al que más suma.
Luego están los otros partidos del arco parlamentario, generalmente con pocos escaños para decidir. Es curioso cómo ahora, desde algunos medios informativos, se subraya el golpe dado al bipartidismo cuando, hace apenas unas décadas, los españoles se quejaban de la estorsión de que eran objeto los grandes partidos, por parte de los partidos nacionalistas, que prestaban sus apoyos a cambio de transferencias. Hoy se habla y se escribe de la corrupción, de la amenaza independentista, pero nadie se hace eco de que estos lodos provienen de aquellos polvos, configurando la debilidad de un Estado incapaz de frenar, por lo que se ve, el egoismo de Arturo Mas y sus compañeros de aventura secesionista. ¡Qué pronto olvidan algunos el origen del problema!
Para los votantes hay una cosa clara: la regeneración política, la persecución de la corrupción y el recorte en el aparato político, tan esperados entre los votantes, son cuestiones que ni el Partido Popular actual ni el Partido Socialista Obrero Español (no sé si esta denominación está ya en desuso), parecen dispuestos a resolver. Son, por otra parte, dos cuestiones en las que sí coinciden Ciudadanos de Albert Rivera y Podemos de Pablo Iglesias Turrión. Si estos partidos pudieran imponer, en sus conversaciones con populares y socialistas, estas exigencias los españoles habrían ganado algo.