OPINIÓN

LOS SÍMBOLOS REPUBLICANOS

Honorio FEITO | Martes 16 de febrero de 2016
Disfruto de la amistad de José María García Tuñón, hombre culto, observador, lo suficientemente sosegado en el análisis para alejarse de juicios viscerales, y con ese fino olfato de investigador avezado y despierto, amigo de la reflexión, que hace agradable y útil la lectura de sus escritos e investigaciones. En su artículo en el número 99 de la Gaceta de la Fundación José Antonio Primo de Rivera, del 12 de febrero del año en curso, titulado “El escudo de la II República”, nos brinda una vez más la noticia, medio escondida, casi inadvertida para el público, de cómo durante más de ochenta años, el escudo de la II República ha permanecido vigente en la puerta principal del edificio que ubica las dependencias del Cuerpo Superior de Policía de Oviedo. Este edificio, inaugurado en mayo de 1935, iba a ser la sede del nuevo Gobierno Civil de Asturias, como nos cuenta García Tuñón. No es un caso único el que símbolos republicanos hubieran sobrevivido a la Guerra Civil y el franquismo, como es el caso del escudo republicano que preside la fachada del Banco de España en la calle de Alcalá de Madrid, entre otros.


Resulta paradójico que, en plena fiebre podemita por acabar con lo que ellos llaman “símbolos franquistas” (entrecomillado, por favor), se descubran estos otros símbolos anteriores que han resistido el paso de los años, sin haber sido objeto de odio por parte de quienes han tenido, durante casi cuatro décadas, el poder y la capacidad de alojarlos en los almacenes municipales, y entregarlos al olvido. Más aún con lo que ha ocurrido recientemente en el Ayuntamiento de Madrid donde, a la hora de decapitar símbolos, se ha llegado al absoluto ridículo por parte, entre otros responsables, de Celia Mayer y de la propia alcaldesa, que sin pudor, mantiene en el cargo a la responsable de estos desaciertos y su comparsa, de las que eran víctimas, entre otras, las calles dedicadas a Pla, Dalí y Mihura, incluidas en esa aberración lingüística que ellos llaman “calles franquistas” (aquí, que se sepa, el único que ha reivindicado ser propietario de la calle fue Manuel Fraga, pero hace ya muchos años, cuando era ministro del Interior).

Nos cuenta García Tuñón que el escudo republicano que ilustra las puertas del edificio que iba a ser la sede del Gobierno Civil de Asturias, se construyó bajo los planos del arquitecto falangista Javier Fernández Golfín que, en 1938, sería fusilado por los rojos, junto a otros compañeros, en los fosos del castillo de Montjuich. Me llama la atención este personaje, del que estoy seguro que García Tuñón nos dará más información en alguna próxima entrega, por la coincidencia de apellidos con el que fuera ministro de la Guerra de Fernando VII, de nombre Francisco, que curiosamente también fue fusilado, en este caso en la playa de San Andrés, de Málaga, tras su desembarco el 2 de diciembre de 1831, formando parte de los partidarios de Torrijos para atentar contra el régimen absoluto y despótico de Fernando VII. Escena que el pintor Antonio Gisbert recogió en su famoso cuadro. Y el hecho de que dos personas con los mismos apellidos tuvieran un final similar, frente al pelotón, mediando entre uno y otro ciento siete años, me lleva a pensar en el embrujo que tiene el estudio y el conocimiento de la Historia que, a veces, te muestra ciertas analogías para enseguida presentarte serias contradicciones. Y, sobre todo, me llama la atención el gran desconocimiento que los españoles tienen de su Historia, que hace posible que cualquier mindundi los maneje y manipule a su voluntad, aún no sabiendo los mismos manipuladores, por dónde sale el sol que nos calienta. Tal vez me estoy refiriendo a esa “tradición victimista” de la que habla Carmen Iglesias, la directora de la Real Academia de la Historia.

A lo largo de los casi cuarenta años que el Generalísimo dirigió los destinos de España, para lo cual tuvo que ganar una guerra, por si alguien lo ha olvidado, el Régimen nacido el 18 de julio permitió que la simbología republicana se mantuviera prácticamente intacta, como así reflejan los símbolos que, en cualquiera de nuestras ciudades y pueblos, lo atestiguan. Y una de las ciudades que más han conservado esta simbología republicana es, precisamente, la capital de España. Beatriz Avilés, entre otros, a través de un artículo publicado en la página web de la Plataforma 2003, muestra las fotografías de muchos de estos símbolos, entre los que destacan el de la antigua prisión de Granada; el del Banco de España de Madrid, en la fachada de la calle de Alcalá; el del escudo de la portada del Casino Militar de Melilla (actualmente, Centro Cultural de los Ejércitos); también en Melilla el monumento a los Héroes de las Guerras de África; el del edificio del Banco de España de Ávila; el del grupo escolar Rey Heredia, en Córdoba; en Madrid hay varios, además del citado del Banco de España: en el mismísimo Ministerio de Agricultura, antes llamado de Fomento; en los edificios municipales de la Ribera de Curtidores y de la calle Fúcar y en la antigua maternidad de Madrid, así como los del Retiro, que son al menos dos, el del parque de Bomberos de la calle Santa Engracia, el de la estación de Atocha o el de la Fuente de los Ciegos; el de la estación de los ferrocarriles de Jerez de la Frontera; el del cuartel de la Guardia Civil de Alicante; el del hospital de San Sebastián de Badajoz; el del grupo escolar sevillano de Santa María del Campo; el del edificio de Correos de Lugo; el de la plaza del Ayuntamiento de Santander o, para qué seguir, el de la localidad de Sacedón, en Guadalajara.

Cientos de símbolos recuerdan hoy, ochenta años después de su derrota, al régimen republicano, pero el problema es que los mandarines podemitas, y sus comparsas no están interesados en la Historia ni en la Justicia, sino en revivir las heridas cainitas para sumergir a España, de nuevo, en los oscuros tiempos del odio y la revancha.