Honorio FEITO | Jueves 01 de septiembre de 2016
El final del verano es el título de una canción que hizo famosa el Dúo Dinámico, Manuel Arcusa y Ramón de la Calva, a cuyos sones, bajo la tenue luz de una luna de verano, las jóvenes parejas despedían los romances vacacionales entre arrumacos y promesas epistolares. Pero el final de este mes de agosto (el verano aún llegará hasta San Miguel), nos ha entregado al debate de investidura en la persona de don Mariano Rajoy Brey, presidente en funciones del Gobierno de España, y aspirante a continuar en La Moncloa. Escribo al término de la primera, y fallida votación y tras asistir, durante algunas horas, a los rifi-rafes dialécticos. Ya decía el bueno de don Ramón de Campoamor que el mejor discurso oído en Las Cortes podía llegar a ser una obra de arte, pero que ese mismo discurso, leído en el Diario de Sesiones se convertía en un suplicio…¡imagínense, amigos, lo que serán estos debates para los investigadores de finales de siglo…!
Rajoy ha perdido, como era de esperar, la primera de las votaciones. Y, salvo que obre un milagro, no va a tener fácil obtener los votos que necesita para ser investido. Sin embargo, después de lo que hemos visto, es lo menos malo de lo mucho malo que tenemos en el Congreso. Porque ha sido el más votado de cuantos han concurrido a las dos citas electorales previas, superando a sus opositores e, incluso, alcanzando más votos. Si no llegan a un acuerdo y tenemos que volver a votar, según dicen, el día de Navidad, al candidato del PSOE, Sánchez García Castejón (¿por qué se omite su segundo apellido?), el turrón se le va a indigestar de lo lindo, y a su partido también.
La segunda razón por la que considero que Rajoy es el menos malo es porque, ante la ausencia de aquellos grandes oradores de otras épocas (tal vez el último, en estos tiempos bajo la Constitución de 1978 fue Manuel Fraga), Rajoy ha hecho un discurso a través del cual ha tratado de dar una imagen de jovialidad, animación, ironía, aplicando a sus alusiones un tono divertido, jocoso, chocarrero y alegre… un guiño al aburrimiento, en suma. Lejos de la crispación, se diría que ha sido una consigna de los gurús del Partido Popular el presentarse ante la sociedad, a través del Parlamento, con una imagen alejada de la presión por alcanzar los votos necesarios, porque en esa misma actitud hemos visto también al portavoz del Partido Popular, Rafael Hernando.
No es la primera vez que reconozco a Rajoy sus habilidades parlamentarias que, por otra parte, creo que son reconocidas por muchos críticos. Y, sinceramente, cuando él se pone a la tarea, se ve una gran diferencia con los que están al otro lado, en la supuesta oposición. ¡Lástima que no aplique esta misma habilidad a las demás cuestiones…!
No sé qué va a pasar el próximo viernes (mi artículo puede tener una vigencia corta), pero si Mariano Rajoy no sale presidente, en la segunda votación que se realizará el viernes día 2, no antes de las 20,05 horas, creo que el día de Navidad, o cuando los españoles sean nuevamente convocados ante las urnas, los españoles darán el espaldarazo definitivo a este candidato popular, a cambio de reducir votos y escaños en el resto de las fuerzas opositoras, entiéndase la izquierda y los nacionalistas. Porque no han aportado soluciones, si de sus discursos puede desprenderse afán alguno que nos haga concebir alguna esperanza… ¡estamos listos!
Se habla de continuidad, en la persona del candidato popular, Mariano Rajoy, o de cambio y creo que para los españoles si es aplicable aquello de que más vale lo malo conocido, si es que tienen paciencia para aguantarle otros cuatro años, a menos que Rivera azuce de lo lindo. Pero lo que ofrece la otra alternativa, la del cambio, tampoco parece que exceda en capacidades.
Al margen de los debates, de los argumentos de cada portavoz, de las acusaciones y de los dimes y diretes, no puedo dejar pasar el lamentable espectáculo que ofrece el Congreso de los Diputados. Como los realizadores de televisión parecen recibir un cursillo para evitar algunas imágenes delicadas, no he podido comprobar si alguna de Sus Señorías ha ocupado su escaño en chanclas. Sí los he visto en vaqueros, o jeans, y en mangas de camisa. El Congreso necesita de un reglamento de régimen interior que obligue a Sus Señorías a vestir conforme la ocasión merece y requiere, aunque sus discursos sigan siendo abominables, populistas y descalificadores.