Honorio FEITO | Martes 09 de mayo de 2017
Todo el mundo conoce aquella máxima romana según la cual la mujer del césar no sólo tiene que ser honrada, sino también parecerlo. La viñeta de Ricardo, en El Mundo, edición del jueves 4 de mayo de 2017, refleja la imagen de se tiene del Presidente del Gobierno, don Mariano Rajoy Brey. Para los que no la han visto, una pequeña descripción: el señor Rajoy, echado sobre una tumbona, se fuma un habano con deleite mientras despacha con la vicepresidenta, la señora Soraya Sáenz de Santamaría. Una morcilla recuadra el diálogo, en el que el Presidente le dice a su interlocutora que ha tenido que dar mucho a los vascos para sacar los presupuestos… y ella, con aspecto de colegiala avispada, disciplinada, con carita de empollona, parece asentir positivamente…
Me quedo, de todo ello, con la imagen del Presidente, echado sobre una tumbona, tapando las partes púdicas con una barrica, que es un elemento, junto al habano, y la postura que dan mordiente a la caricatura, que no alcanza, por otra parte, la hiel de la prensa burlesca que pusieron los franceses de moda en el siglo XIX y que tuvo en España también extraordinarios seguidores y artistas, entre otros, los hermanos Bécquer.
No es nueva ni es de ahora la imagen de un Rajoy entregado a sus aficiones –en épocas de competiciones deportivas, frente a un receptor de tv siguiendo los acontecimientos del Tour de Francia, o de la Champions…- y creo que no es bueno que los medios transmitan una idea que, acertada o no, ponga en entredicho no ya la capacidad, que nadie discute, sino el compromiso de quien tiene en sus manos la facultad de trabajar por el bien de todos. Voy más allá y digo que deberían ser sus más cercanos confidentes, sus más allegados colaboradores, quienes deberían proponer un cambio, una actitud diferente, para corregir o enmendar esa imagen si como yo creo no corresponde con la realidad.
Vertebrar una sociedad, embridar como dicen algunos académicos, las cuestiones de Estado es una tarea ardua que va más allá de la economía, factor determinante en nuestros tiempos, pero no único. Tal vez hemos perdido calidad de vida porque en nuestros horizontes ya no vemos más que la economía, a través de sus diferentes expresiones. Se cuantifica el esfuerzo, el trabajo, el ocio, la vida pasajera… y no hay lugar para otras expresiones que tienen que ver con los aspectos sociales. Los periodistas no buscamos contemplar un cuadro por su belleza plástica, ni un libro por la originalidad de la historia que encierra, sino que nos mueve en ello el valor del cuadro en el mercado, para deducir su calidad, y el éxito del autor de ese libro medido en ganancias, cuando el noventa y muchos por ciento de los que publican algo hoy día se autofinancian ellos mismos.
Ya no hay lugar para los sueños. Es casi imposible encontrar en los medios, tradicionales o digitales, artículos sobre literatura, historia o filosofía que no ponderen el contravalor monetario, si es que cabe la cuadratura del círculo.
Es probable que en esto de la imagen, como en otras cuestiones probablemente más importantes, a los responsables del Partido Popular (últimamente tan de moda en esto de la imagen), no les importe que desde los medios se esté dando un perfil del Presidente del Gobierno de España tan pueril, pero mientras que estos responsables desestiman, por lo que estamos viendo, corregir esta apariencia presidencial se está hilvanando un tejido con el que se pretende envolver nuestras conductas con comportamientos sociales ajenos a nuestro acervo cultural.
Rajoy, que lo tuvo todo en la anterior legislatura, pudo haber derogado leyes que están en el ánimo de la sociedad, como la tan cacareada Ley de Memoria Histórica impuesta por Rodríguez Zapatero (que Dios nos mantenga alejado por los siglos de los siglos); no cumplió con la exigencia social de la Ley del Aborto… y lo que considero más importante, no hizo nada por alcanzar un pacto con los partidos de la oposición, desde un lugar de privilegio como él tuvo, sobre los asuntos verdaderamente importantes como son nuestra política exterior (hoy a los venezolanos les falta el compromiso de España); en materia de Educación, donde su flamante ministro Méndez de Vigo acaba de suspender el suspenso, que era la garantía de que el que pasaba de curso lo hacía con la seguridad de haber demostrado su aptitud; o en cuestiones sociales como el aborto, por ejemplo, que más que resolver el problema, lo convierte en una bandera de reivindicaciones de un falso liberalismo con el que los de siempre pretenden asociar a los desesperados. Alcanzar un acuerdo con las demás fuerzas para que la participación de nuestras Fuerzas Armadas, en misiones en el exterior, no caigan en el ridículo como la retirada de escenarios cuando Rodríguez Zapatero (que Dios nos mantenga alejado por los siglos de los siglos), entró en aquel nefasto gobierno; un signo, en fin, de generosidad que habría venido a aportar soluciones a los muchos y graves problemas que tenemos planteados.
En fin, es una pena ver que el Presidente de todos los españoles se tumba a la bartola contradiciendo aquella otra máxima que dice: la cantidad de cosas que se pueden llegar a hacer cuando uno se pone a trabajar.