Viernes 12 de septiembre de 2014
Estoy de acuerdo con los que opinan que el Gobierno está perdiendo la batalla ante los independentistas, al margen de cual sea el resultado final de esta historia. Porque el alarde mostrado ayer, durante la celebración de la Diada, ante el mundo entero, promovidopor los gestores de ese anhelo que para unos es poder y para otros independencia, indica que la mayoría de las personas que viven aquella Comunidad Autónoma, piensan y quieren la independencia.
La actitud del Gobierno ante el cinismo autonomista, convertido en descarado deseo de ruptura, parece dominado por la inacción.
El amparo electoral ganado en las urnas, legitimaba al Partido Popular para algo más que para afrontar la crisis económica, que ya en sí misma era importante.Pero no ha sido debidamente utilizado, en su momento, para acabar con los privilegios de un sector de la clase política, que salvo raras excepciones, malversa y malgasta, sin un mínimo decoro,lo que a muchos españoles les cuesta un gran sacrificio pagar a la Hacienda pública; ni para contener los despilfarros de los falsos Ere’s, ni tantos y tantos escándalos con los que los españoles, agotada ya su capacidad de asombro, se desayunan resignados cada mañana. Llegados a la unánime opinión de que el sistema autonómico ha desangrado a España, de la inviabilidad económica y administrativa para mantener 17 aparatos de gobierno, con su correspondiente matalotaje, y coincidentes, mayoritariamente hablando, se entiende, en la necesidad de reforzar al Estado Central ante el desafío autonómico (algo que hasta los analistas extranjeros observan incrédulos), los dirigentes del Partido Popular han perdido la ocasión de reformar la Constitución pero no en la línea que piden los responsables catalanes y su clan de paniaguados, sino justamente al contrario,complaciendo a la mayoría de los españoles.
Como no soy político no puedo adivinar si la situación que estamos viviendo responde a un plan debidamente establecido, consentido y respetado dentro de las reglas del juego de esa mordaza que algunos llaman “lo políticamente correcto” o, si por el contrario, se ha llegado a esta situación como consecuencia del desarrollo de una aspiración que ha evolucionado hacia el esperpento, mientras los diferentes gobiernos responsables y la misma Jefatura del Estado miraban hacia otra parte. Y, como no soy ni político, ni economista, ni masón, no puedo valorar tampoco las consecuencias para Cataluña, para España y para Europa de llegarse a consumar el pretendido deseo de, por lo que hemos visto ayer, miles y miles de ciudadanos de Cataluña que así lo expresaron (incluidos aquellos españoles nacidos en otras tierras, que se sienten catalanes, la expresión del absurdo). Como observador, y algo aficionado a la Historia, creo que las consecuencias serán asumibles, como lo fueron las que produjeron la pérdida de los territorios españoles en el continente americano, entre 1810 y 1825, y posteriormente, a finales de siglo, en 1898, las de Cuba, Puerto Rico y Filipinas.
Y aquí estamos. Sólo que creo que los españoles necesitamos salir de tanta incertidumbre y acabar con esto de una vez por todas. Bueno, al menos durante unas cuantas décadas.