LOS ERRORES DEL SISTEMA
Por
Honorio FEITO
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honoriofeitogmailcom/12/12/18
martes 20 de junio de 2017, 20:00h
Parece que nos pilla de nuevas, pero hay noticias que no vienen sino a confirmar las debilidades del sistema político actual. “la Tigresa”, Idoia López Riaño, la etarra que cometió la escalofriante cifra de 23 asesinatos, salió de prisión, dicen las crónicas, sin haber cumplido siquiera un año por cada uno de los 23 homicidios que se le imputan, aunque en su día fuera condenada a la pena de 2300 años de cárcel. Y los medios reflejan estos datos con cierta sorpresa, como si hubieran encontrado un agujero negro en nuestro sistema judicial.
Cada vez que la normalidad se rompe por la acción de algún perturbado, también descubrimos que nuestro sistema judicial carece de mecanismos para abordarlo. Llevamos cuarenta años de democracia y aún no tenemos vigente un ordenamiento que obligue, a quien delinque, a cumplir a rajatabla la condena. Es el sistema del buenismo, que parece favorecer sólo a aquellos que rompen con las reglas.
La etarra Idoia López Riaño, de la que nos cuentan que está arrepentida, que ha pedido perdón a las víctimas ( pero no sabemos si las víctimas la han perdonado a ella), ha salido de prisión para incorporarse a la vida normal, la que ella misma despreció hace veintitantos años. Aquí paz y después gloria. Algo que no podrán hacer las veintitrés personas a las que asesinaron tanto la propia Idoia como sus camaradas gudaris. No es que yo no crea en la reinserción, es que no es de justicia que el crimen esté tan poco valorado en nuestro ordenamiento jurídico.
Ya sabemos que en España los etarras han gozado de ciertos privilegios. Luego vino la doctrina Parot, y más tarde la llamada vía Nanclares, que pusiera en marcha el inefable Rodríguez Zapatero (que Dios nos mantenga alejado de por vida), cuya vigencia ha permitido el no menos inefable Mariano Rajoy; estas sentencias, que se cuentan por miles de años (ya sabemos que hipotéticos, porque por desgracia, los condenados no viven tanto como para sufrirlos desde la celda), de desinflan como un soufflé. Vean, sino, lo de Idoia de 2300 años de prisión a apenas 23. Los ceros, aunque sea a la derecha, están demás.
Pero lo que más me preocupa es la manera que tenemos de encajar estas cosas. Los políticos, principalmente, nos han ido mentalizando a lo largo de estos años para entender que, por ejemplo, una persona que ha atentado contra la vida de sus semejantes, tras pasar unos cuantos años en la cárcel, puede incorporarse a la sociedad e intentar dejar de ser el centro de atención.
Lo que no puedo entender es que, a pesar de la magnánima reducción de la condena, no exista un compromiso entre la convicta o el condenado y la Justicia, o sea, que además de reducir condena, aporten datos que permitan a nuestras autoridades judiciales y policiales aclarar los crímenes que aún están sin aclarar, por ejemplo, los casi trescientos casos atribuidos a ETA.
El buenismo se aplica tanto a los delitos de terrorismo como a los simples delincuentes. El colmo de la estupidez llegó a utilizar a algunos maleantes como protagonistas de películas de acción, en aquel nefasto periodo de la Transición, o a acudir como invitados especiales a esos programas de la telebasura. ¿Cuál es el mecanismo que permite que la sociedad, en general, acepte que una persona que delinque, o que asesine, goce de cierta gracia o caiga bien en algunos medios?¿Qué responsabilidad tienen aquellos que invitan a sus platós a malhechores como si se tratara de estrellas de cine, de la canción, de la cultura o del deporte?
Resulta paradójico que mientras en el Congreso de los Diputados se despellejan llamándose ladrones, para restregarse los casos de corrupción entre Sus Señorías, una persona que ha asesinado a 23 semejantes sea agraciada con las lindeces de un sistema judicial perverso, que premia al delincuente y castiga con soberbia al ciudadano de a pie. ¿Qué hacen Sus Señorías, además de despellejarse entre ellos mismos de cara a la galería?
Este juego podrá hacer creer a algunos que gozamos de un sistema democrático capaz de acorralar y someter a un político que ha caído en el abuso, la corrupción, el enriquecimiento ilícito para financiar a su partido y enriquecerse él mismo… Sin embargo, el sistema lo que muestra es no ya la debilidad y la demagogia, sino la trampa, la argucia, el engaño que permite que sobre el escenario de este circo sin fieras, asomen los instintos voraces de esa casta política que vive y manda para su propia élite, dejando a su suerte al ciudadano que asiste impasible al espectáculo.
Lamentablemente, el ciudadano en su propia medida, también es responsable de lo que pasa, por seguir confiando en estos políticos.