LA ISLA DEL ENCANTO NECESITA AYUDA
Por
Honorio FEITO
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honoriofeitogmailcom/12/12/18
martes 24 de octubre de 2017, 20:40h
Apenas hace un mes Puerto Rico, y sus tres millones y pico de habitantes, sufrieron dos terribles pesadillas en forma de huracanes, el Irma, primero, y el María a continuación. Casi repuestos del primero, les sacudió la tremenda ofensiva del segundo, más grande, más potente, más devastador. Yennifer Álvarez, de la Oficina de prensa de la Gobernación de Puerto Rico, valoró las pérdidas ocasionadas por Irma en unos mil millones de dólares, pero las de María fueron aún peores: 16 vidas humanas y en torno a los setenta mil millones de dólares.
Dice un refrán castellano, que a perro viejo todo se le vuelven pulgas. No quisiera que se malinterpretaran mis palabras si algún puertorriqueño lee este artículo, sino que aplico el refrán a la calamitosa situación económica de la llamada Isla del Encanto, que algunos ahora llaman “isla del espanto”, y que yo tuve la suerte de visitar en tres ocasiones la última en mayo del año pasado. Porque la deuda que asola a Puerto Rico, Estado Libre Asociado de los poderosos Estados Unidos de Norteamérica, se calcula en 120.000 millones de dólares.
Cuando visité por primera vez la isla me dijeron que los huracanes (siempre me ha llamado la atención esta palabra escrita en inglés y su consiguiente pronunciación en este idioma), solían salvar a Puerto Rico porque, por no sé qué circunstancia, viraban a una determinada altura y se encaminaban hacia Florida. Las excepciones que confirman la regla, debo entender, fueron el Irma y el María, y algunos más. Como el Irma, suelen azotar las costas puertorriqueñas de vez en cuando algunos otros huracanes, pero la tremenda furia del María no tiene lugar en la memoria de los puertorriqueños que han cumplido los setenta años, nadie recuerda algo semejante más que apelando a la memoria, a lo que contaban las generaciones que ya no están con nosotros. Valorar las pérdidas económicas sin describir la situación es una información deficiente. Los puertorriqueños, tras el paso de María, quedaron sin luz eléctrica, anuladas las cadenas de frío, para la conservación de medicinas y alimentos, en un lugar donde la climatología tropical no permite distracciones; sin abastecimiento de artículos de primera necesidad como el agua, la comida y las medicinas; con el estancamiento de grandes bolsas de agua y el peligro de la propagación de insectos transmisores de enfermedades; desmondados algunos cementerios con el consiguiente riesgo de convertirse en focos de infecciones… toda la población de la isla sufrió, en mayor o menor medida, los efectos de esta fuerza de la Naturaleza y aún hoy, casi un mes después, sigue habiendo grandes deficiencias para la población, especialmente en las zonas rurales, donde han perdido todo o casi todo.
Hemos visto, a través de los informativos, a los puertorriqueños residentes en Estados Unidos movilizarse para recoger artículos para enviar a la isla. Luego hemos visto la llegada del Ejército de Estados Unidos al aeropuerto Luis Muñoz Marín, de San Juan, para ocuparse de la distribución de ayudas a los damnificados, y hasta al mismísimo Donald Trump visitar la zona.
Los puertorriqueños necesitan ayuda. La comunidad residente en España se ha movilizado, a través de una organización llamada “Puerto Rico se levanta”, que opera a través de Cáritas, y con la delegación de Cáritas en Santurce, uno de los barrios más vetustos de San Juan, están coordinando estas ayudas. Han habilitado una cuenta en el BBVA, bajo el nombre de Cáritas y con el concepto de Puerto Rico, y por encima del dinero, o de la comida, que es costoso enviar, lo que más necesitan son las medicinas, que en España cuestan una tercera parte que en Estados Unidos.
Los acontecimientos ocurridos en España por el asunto de Cataluña, y más recientemente, los incendios forestales que han arrasado una parte de Galicia y de Asturias y el norte de Portugal, ha desplazado las informaciones sobre Puerto Rico a un segundo o tercer lugar en los informativos, pero conviene no olvidar que esta isla, que fue española hasta hace poco más de cien años, representa mucho de nuestro pasado, de nuestra historia, de nuestra gente. Yo no voy a aprovechar el momento para criticar asuntos internos que competen exclusivamente a los puertorriqueños, pero permítanme los lectores españoles que les diga que allí, una moneda de 25 centavos de dólar se llama una peseta; una ensaimada (la comunidad mallorquina es, junto a la asturiana, la más importante de la presencia española), se llama una Mallorca y la señal de stop, palabra inglesa que ya tenemos asimilada en nuestro idioma, allí se escribe “pare”.
Cuando yo visité la isla por primera vez escribí un artículo en el que señalé los tres vértices de un triángulo, con el que Estados Unidos mostraba al mundo su hegemonía: el tablero era el Caribe, y el ángulo que representaba la libertad se llamaba Santo Domingo, como exponente de una declarada pobreza; el segundo vértice estaba representado por Cuba, por el comunismo, por la falta de libertades, por la falta de estímulo, por la falta de respeto hacia las personas, y el tercero de los vértices lo representaba Puerto Rico, Estado Libre Asociado a Estados Unidos, la mayor renta per cápita de Iberoamérica en aquellos tiempos. Mucho han cambiado las cosas, y aquel status es ya pasado. La realidad de hoy es que Puerto Rico arrastra una deuda cuantiosa y necesita que la administración norteamericana le tienda una mano. Su condición de Estado Libre Asociado, ciertamente, no le concede los mismos derechos que a cualquiera de los Estados de la Unión, pero Puerto Rico también paga sus impuestos, con la sangre de sus muchachos en los diferentes conflictos en los que Estados Unidos se ve envuelto por su condición de líder mundial. Allí, en los pueblos de la antigua Borinquen, vi yo por primera vez los árboles con las cintas amarillas, cada una de las cuales simbolizaba a un marine muerto, puertorriqueño por supuesto, tradición basada en la canción de Tony Orlando Tie a Yellow Ribbon Round the Old Oak tree (Pon una cinta amarilla en el viejo roble). Pero este es otro tema, otro debate.
Los puertorriqueños necesitan hoy de la solidaridad de todos, por encima o al margen de las administraciones políticas, porque la ayuda es para las personas, cuando éstas han sido víctimas de las catástrofes naturales.